Daniel. La vida fue bastante hija de puta con él, por decir lo menos. Hagámosle un poco de justicia a su identidad y no dejemos que el hombre quede olvidado en el anonimato, entre tanta pudredumbre, miseria y muertos (o no muertos) que nadie llorará. No seamos tan hijos de puta con él como lo fue su vida. Se llamaba daniel. Daniel fue un hombre que nunca le hizo daño a una mosca... un hombre común que tuvo que soportar el látigo de la indiferencia de la vida durante casi toda su existencia. A la edad de cinco años perdió a su madre, víctima de un esposo que fue más bestia que hombre. La mató a golpes en una noche en que el alcohol dominaba su mente, y lamentablemente para ella, cada vez era más frecuente que la bestia tuviera noches así. Y como todos los casos que terminan de esta forma, ella nunca habló: Por el qué dirán, por miedo, por amor, por costumbre... solo ella lo supo. Nuestro protagonista terminó en un centro de cuidado de menores sin hogar tras también perder a su padre, engullido por la prisión; y al no tener parientes que se hicieran cargo de él, pues sus padres eran inmigrantes venidos de un país subdesarrollado. Quizá fue lo mejor que le pasó, porque allí no sufrió penurias, ni hambre, ni le faltó cobijo en las noches más frías, pero al ser uno más, un huérfano a cargo del estado, no tuvo amor. Aun así vivió una infancia tranquila dentro de lo que cabe. Tomó estudios básicos por correspondencia, y fue de los pocos huérfanos que consiguió un benefactor que se encargó de pagarle la educación secundaria, al destacar de los demás por retener más las lecciones aprendidas. Podríamos decir que fue "uno de los pocos afortunados" por haber conseguido un padrino, pero estaríamos mintiendo porque, por decirlo suave, en la escuela la pasó muy mal. Aunque Daniel nunca pasó hambre no se podría decir que en el centro lo alimentaran bien. Al hacerse cargo de demasiados niños, nunca había lo necesario para nutrirlos de buena forma. Esto le trajo demasiados problemas desde su primer día de secundaria, ya que por lo primero que destacó en su salón de clases, fue por ser el más de todo: el más flacucho, el más mal vestido, el más pobre, el más enclenque, y por ende, el más propenso a recibir golpes y burlas de sus compañeros. Siempre había chicos molestándolo -y lo más humillante para él, chicas también- por lo que Daniel tuvo que lidiar con esto durante gran parte del tiempo que duraron sus estudios. Afortunadamente el muchacho demostró que sí tenía una mente que, aunque quizá no fuese privilegiada, sí era mejor que la del promedio del resto de chicos del instituto (cosa que también le granjeaba burlas). Y además de eso, también demostró tener dotes de atleta, gracias a que en el centro donde vivía nadie se quedaba de olgazán; por el contrario, los tenían en constante movimiento, ya fuere por trabajo o por salud. Esto le llevó a jugar en el equipo de baloncesto de su colegio y a ganar peso, no solo en masa sino muscular también; y por ello algo de respeto de sus compañeros, aunque ocasionalmente se podían escuchar burlas hacia él por ser, en palabras de ellos, un huerfanito cerebrito. Sabemos de sobra lo crueles que pueden llegar a ser los pubertos, y más si les dan carnaza para devorarse a alguien. Debo suponer que esto le generó un trauma a Daniel porque, por desgracia, siempre queda algo ahí flotando en la psique de una persona de la que se burlaron en la adolescencia, pero no lo demostró. Ni durante su época de colegial, ni después. Eso sí, las burlas siguieron. No por parte de sus compañeros, sino por parte de la vida misma. Para costearse sus estudios universitarios al tener claro que quería seguirse preparando, pues deseaba ser profesor, y ya fuera de la sombra de su padrino, Daniel entró a trabajar a una fábrica donde, para su infortunio, una máquina que maniobraba no solo le arrancó de cuajo cuatro dedos de su mano derecha -dejándole solo el pulgar- sino también la oportunidad de labrar su futuro al no poder reunir el dinero requerido para su carrera. Hubo algo que marcó al muchacho durante su estancia en el hospital. Claro que lo de perder sus dedos también lo hizo, ¡seríamos necios si dijéramos que no! Pero hubo algo más, algo bueno que finalmente le había ocurrido. Y eso fue conocer a la que, años después, sería su esposa. La conoció de casualidad, porque ella había empezado a hacer su servicio social el mismo día que ingresaron a Daniel, mutilado, desmayado y lleno de sangre. Ella lo vio así, desvaído, débil, indefenso, y pasando por el peor momento de su vida hasta entonces, pero él no la conoció hasta 48 horas después, cuando finalmente su conciencia le permitió abrir los ojos, después de haber estado en trance por el dolor y por toda la sangre que perdió. Y quedaron prendados. Ella quizá por un sentimiento nacido de la compasión, él quizá por uno nacido de la gratitud, al escogerlo como primer paciente y demostrarle su dulzura y sus cuidados maternales desde el primer día. Y así, con un futuro incierto, Daniel salió del hospital, con una extremidad incompleta y los bolsillos vacíos, pero con el corazón lleno de dicha y amor. Pero esta historia no es romántica, oh, no. Esta historia es trágica, por lo que presionaremos el botón de adelantar cual si fuera un VHS. Saltemos entonces el momento en que Ashley, la enfermera de la que Daniel se enamoró, le consiguió trabajo; así también los momentos de noviazgo, la felicidad que hubo en medio, la dicha que sintieron al casarse, el gozo que les causó tener una hija preciosa a la que llamaron Angie, y nos iremos directamente a la siguiente patada en los huevos que la vida le tenía reservada a nuestro amigo. La muerte de Ashley, debido a un fulminante e inexplicable infarto al corazón, a los 25 años. Daniel apenas le dio importancia a todos los tropiezos por los que pasó: el haber quedado huérfano, el haber sufrido bullying, incluso el haber perdido su mano derecha casi por completo nunca hicieron mella en él ni en su carácter. Pero la muerte de su esposa por poco logra acabar con su cordura. Un relato tan corto como este -ni cualquier escrito en realidad por más justicia que le hiciéramos- no expresaría, ni siquiera se acercaría, a plasmar todo el amor que Daniel le profesaba a Ashley. Para él fue su esperanza, su musa, su salvación, su motor, su motivo para vivir, su ancla al mundo, su todo. Y él lo fue para ella. A pesar de que estuvo a un paso de la locura, terminó por encontrar paz y dejarse impulsar por su nuevo motivo para continuar, su pequeña hija, quien apenas comenzaba a crecer y era el único recuerdo que tenía de su esposa. ¡Se le parecía tanto y siempre fue tan cándida y pacífica como ella! Así que gracias a su preciosa Angie se levantó y siguió adelante, para dedicarle su vida y darle todo el amor que le supo profesar, ya que Angie era lo único que le quedaba. El tiempo pasó en relativa calma, todo parecía sonreírle a Daniel finalmente. Se logró asentar en la ciudad y vivir de forma modesta pero cómoda. Incluso dedicaba su tiempo libre a instruir y educar a niños de bajos recursos como alguna vez lo fue él, pues aunque no fue nunca maestro de profesión, sí lo fue de corazón. Mientras que con el pasar del tiempo, su bella hija fue creciendo hasta llegar a estudiar la universidad a sus 18 años. Daniel Por fin sentía que todo cambiaba de manera positiva, al ver crecer a su hija y verla transformarse en una mujercita de la cual sentirse orgulloso. Estaba seguro que su esposa se sentiría contenta allá donde estuviese, y eso significaba mucho para él. Pero pareciera como si la vida eligiese a este sujeto para descargar toda su furia. Una fatídica noche en que Angie regresaba a su casa después de celebrar su decimonoveno cumpleaños junto con sus amigos, un auto a máxima velocidad impactó el coche en que se transportaba, proyectándolo a más de diez metros. Tan fuerte fue el impacto que el vehículo volcó, incendiándose y quedando hecho pedazos... obviamente ni Angie ni sus acompañantes sobrevivieron. Sus cuerpos quedaron completamente calcinados, no hubo manera de recuperarlos. El padre lo presintió desde algunos kilómetros a la distancia. Antes de ser contactado por las autoridades tenía una sensación en el pecho que jamás en la vida había sentido y, finalmente, cuando fue notificado, se dirigió al lugar del accidente ya con sus sentidos embotados, dejándose llevar como una hoja marchita al viento. Fue un milagro el no haber caído muerto ahí mismo al comprobar con sus propios ojos lo que había sucedido. Apenas se podían observar restos del carro, y los cuerpos de los tripulantes quedaron reducidos a polvo y cenizas. Solo quedó el recuerdo de su hija para llorarlo con lágrimas de sangre. No supo qué pasó después. Entró en un estado total de catatonia e histeria. Lloró, gritó, pidió clemencia y le pidió a todos los dioses habidos y por haber que se lo llevaran de una vez también a él. Y como en una letanía, arrodillado en la tumba de su esposa en el cementerio, le pedía perdón. Mientras que una maldición que ni el científico más loco y sádico se animaría a provocar ni predecir estaba ocurriendo. Nadie jamás supo ni sabrá cómo empezó, y por lo menos en nuestra era, nadie nunca sabrá controlarla. Y por supuesto que todos aquí sabemos cuál es. Por supuesto que todos aquí la sentimos. A todos nos afecta. Todos seguimos aquí atrincherados, encerrados como toda la gente de este territorio debido a esta puta maldición. ¡Claro que me refiero a la infección! ¡Al apocalipsis! ¡A la pudredumbre! A los gritos, los cuerpos, el olor, las pesadillas que tenemos todos los días. ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayudaaaa! —¿Señor? —¡Ayuda! Ayuda... a... yu... —¡Señor! —Ayuu... erm... ¿Sí? —Continúe con la historia, por favor. No se deje llevar. ¿Quién nos va a ayudar a estas alturas? —Tienes razón... hmm... Samantha, ¿verdad? —Sí, señor. —Perdona. Perdonen todos ustedes. Aquí ya todos estamos... bah. No importa. ¿A quién le importa? Continúo: El caso es que la maldición (ya saben que así me gusta llamarla a mí) alcanzó al consumido, como si no fueran suficientes ya sus problemas. Como si la vida no hubiese terminado de descargarle puñetazo tras puñetazo y patada tras patada, un rozón primero, un gruñido después y el olor tan intenso terminaron de hacerlo reaccionar y así hacerlo despertar de su propia pesadilla a una nueva, pero peor, pues esta era colectiva. Sacando fuerzas de donde no las tenía y con las rodillas en carne viva por estar demasiados días (y quizá semanas y meses) incado, al mirar a la avominable criatura que se le presentaba, Daniel echó a correr. Y no dejó de correr hasta su último día de vida. Tanto tiempo pasó Daniel en su estado de aturdimiento que la horda de no muertos ya había crecido de una forma exajerada y grotesca. Nunca supo cómo empezó. No tuvo tiempo de dejarse llevar por el estado colectivo de pánico, porque ese tiempo lo gastó llorando y pidiendo clemencia. Si no hubiera sido por la criatura cuyos pasos la llevaron a dar hasta el cementerio, Daniel se hubiera asentado y posteriormente podrido ahí, frente a la tumba de su mujer. Y aunque quería morir, tampoco era plan irse así, devorado por ese amasijo de intestinos y carne maloliente. Logró llegar hasta una zona segura, pero no se instauró ahí más que para dormir. Para distraerse de sus propios fantasmas siempre se apuntaba a expediciones que se dedicaban a buscar comida y otra clase de víveres, así como ciertas comodidades para la gente de la zona segura en la que vivía y otras aledañas. Y así poco a poco fue sanando su mente, y más cuando en las noches, guiado por su sentido docente, se ponía con todas sus fuerzas a escolarizar, educar y sobre todo, tranquilizar a los asustadizos niños que tan intranquilamente vivían junto a él en ese lugar en teoría seguro, contándoles historias e inventando juegos didácticos para hacerles más llevadero el momento a sus mentes perturbadas. Y así, poco a poco, Daniel se fue convirtiendo en un héroe, siendo para los demás primero una persona poco dada a hablar y casi siempre esquiva, hasta rápidamente convertirse en un aliado y hasta a veces amigo para los demás. Muchos seguramente lo recordarán por haber sido el hombre que ideó la forma de comunicarse y apoyar a zonas seguras más alejadas, explotando las tuberías del sistema de alcantarillado por ir hasta ellas. Otros tantos crecieron y maduraron con sus enseñanzas. Otros lo recordarán como la persona que los llegó a convencer de que lo que había afuera no era tan malo, porque con su cuadrilla de voluntarios se esmeraba demasiado por llevar comida y pequeños lujos a ese pequeño lugarcito donde vivían, haciendo que la pesadilla que había afuera llegara a ser lo más imperceptible posible. Hasta que el día de ayer... ¿escucharon eso de la cuadrilla de voluntarios que pereció en la joyería del centro comercial? —No, señor. —Pues sí. Fallecieron todos, incluido él, que iba con ellos como su guía y líder. Y así acaba esta historia. Quizá ahora mismo nuestro buen amigo es uno de los zombis más que pueblan esta tierra de pesadilla. Daniel nunca fue capaz de matar a una mosca, les digo. Ni en los momentos en que rozó la locura. Siempre fue muy inocente. Un alma caritativa que simplemente tuvo a la vida como enemiga. —¿Y usted cómo sabe todo esto, señor? Es decir... ¿cómo sabe que todo esto le pasó? —¡Ha! Él y yo nos conocimos muy bien, mi pequeño amigo. Fui... uno de tantos a los que instruyó para tratar de traer hasta acá un poco de esperanza. Y como cuentacuentos que soy, tuve que exprimirlo por completo para sacarle hasta lo más doloroso. —Es una historia... agridulce, señor. Pero lo que más me da gusto es que Daniel no se haya corrompido. Mucha gente enloquecería hasta el grado de ser un peligro para la sociedad, no sé... un psicópata o algo así. bueno, es lo que pienso. —Ha, sí, mi querida Sam. Pero la vida es muy irónica. Siempre les pega más fuerte a los más inocentes de espíritu. De todas formas me alegro que te haya gustado la historia, porque tú serás la encargada de que nunca se olvide. —¿Yo? ¿Pe... pero yo por qué? —Porque tú eres la chiquilla más inteligente de este lugar. Y me atrevería a decir que también de la mayoría de los lugares a los que he ido a enseñar y a contar historias. Además relatar cosas se te da muy bien. Sí, lo siento chicos, ¡ustedes también son brillantes! Pero ella... tiene algo especial. No, hija, no llores. —Es que... yo... desde antes de que comenzara esto... yo... soñaba con ser escritora, señor. Y usted ha sido muy bueno conmigo, me ha enseñado mucho. Me habría vuelto loca si usted no hubiese llegado a educarnos y distraernos con sus relatos. —Tranquila, tranquila. Ahora prepárate, porque me han dado la instrucción de que te diga que hoy debes de acompañar a los chicos de la zona segura a hacer otra de sus expediciones. Desafortunadamente estas no pueden parar, o todos moriremos de hambre o algo peor. Pero quiero que cuando visites otros lugares empieces a contar esta historia, porque solo la he contado aquí y no tengo fuerzas para volverla a contar en otro lado. De alguna u otra forma me afecta más que a los demás, seguramente porque yo fui el primero y el único que la escuchó de boca de su protagonista. Sí, debe ser por eso. —¡Pero yo! ¡Yo jamás he salido de aquí! ¿Por qué a mí? —Sabes que siempre llaman a chicos nuevos que sean listos como tú, porque en las cuadrillas anteriores la mayoría de la gente es herida o algo peor, con regularidad. No temas, que entre los hombres experimentados liderando la marcha va tu padre. Seguramente llegarán a buen recaudo. Por favor no te preocupes. Hoy parten a altas horas de la noche, pues es cuando más desorientados están los zombis. La oscuridad les juega a favor. Recuerda lo más fielmente que puedas esta historia y transmítela. Ahora... todos deberíamos de dormir un poco. Ya está oscureciendo y mañana hay mucho que hacer. Cuatro horas después... Escucho a la patrulla de voluntarios partir, junto con mi historia de mártir (como quiero que me recuerden), hacia otro destino. Me costó mucho trabajo seleccionar a los que vivirían. Gente a la que le llegué a tener algo parecido a la estima, y aunque es un cretino que se queja por todo al haber sido un estirado y acomodado en su vida pasada, tuve que dejar ir también al padre de Sam, porque sabía que ella no partiría tranquila (y se armaría un conflicto muy grande con él) si se iba sola. Ya se están alejando. Quiero que estén un poco más lejos para que la onda expansiva no los alcance y mucho menos los alerte. Desafortunadamente y aunque me duele hacerlo, los niños y jóvenes a los que instruí por algunas semanas también morirán. Ni hablar, así es la vida. Tomo mi abrigo de la mesita, también un lanzagranadas cargado, y salgo lo más silenciosamente posible. Saco mi mano derecha de mi bolso -donde siempre la llevo guardada- para enfundarme en él. Ya no me importa nada, ni nadie. Hay pocos hijos de puta rondando por ahí. Veo algunas vísceras y fluidos recientes. Pienso que seguramente la cuadrilla tuvo que matar a algunos lo más sigilosamente posible para no alertar a los demás. Rodeo la zona segura y me coloco en la parte trasera de la misma. Lloro, aunque solo con la voz y con el alma rota, porque las lágrimas que tenía las gasté. Con la muerte de mi Ashley, con la muerte de mi Angie y las últimas que tenía se las dediqué a mis camaradas que perecieron ayer en el centro comercial. Malditas sean mis piernas entrenadas por el trabajo, el ejercicio y el bullying, que me hicieron salir corriendo dejándolos a su suerte recuperando los cajones de mantas que la gente apiló dentro de la joyería, apenas vi el montón de muertos vivientes que se nos acercaba. Quería morir, mas en el fondo tenía miedo de enfrentarme a la muerte. Pero ya no. Que sea lo que Dios quiera. ¡Boooooom! La vida fue bastante hija de puta con él, por decir lo menos. Él, orillado por esta, también fue un hijo de puta en sus últimos momentos. Un peligro para la sociedad que se llevó la vida de gente inocente. Aun así fue importante para la historia reciente de la humanidad, aunque haya terminado siendo un loco al que se le descarriló el tren. Pero eso no va a impedir que el hombre no quede olvidado en el anonimato, entre tanta pudredumbre, miseria y muertos (o no muertos) que nadie llorará. No seamos tan hijos de puta con él y tengámosle un poco de respeto. Se llamaba daniel. Daniel fue un hombre que nunca le hizo daño a una mosca... hasta aquel día en que perdió la cordura. Con el ruido de la granada y el olor de la sangre, los zombis se vieron atraídos hacia el lugar rápidamente, como si una descarga de adrenalina los impulsara a correr hasta la meta que era la zona segura del norte de la Carretera Wilson. Daniel nunca dejó de correr. No por miedo, sino porque estaba tan roto que no sabía lo que hacía. Pero los zombis corrían más rápido que él. Y cuando finalmente lo atacaron, amontonados como solo ellos lo saben hacer, no se defendió. Ya no pudo hacerlo.